¡Qué complicado resulta respirar en esta era tecnológica sin alma ni recuerdos...! Cambiar los mapas por prisiones, los sueños por pesadillas, la eternidad por un suspiro en la frontera del abismo. Los regalos por anhelos, el otoño por el sueño de una noche de verano, los mariposas en el estómago por un atardecer en el hueco de tu ombligo. ¡Qué complicado es ocultar las huellas, crucificar el aroma de la juventud como si fuese un jodido mandamiento...! Hacer guardia noches enteras esperando a que se abracen los muñequitos del semáforo sin recompensa. Es triste vivir fuera de la música de los discos, lejos de las aventuras de los libros y de las madrugadas libres y salvajes, no poder (ni saber) quedarse a dormir en el tejado de las canciones. Desdicha es que el tiempo a tu lado sea limitado, felicidad convertir tu pelo y tu piel en un templo o un parapeto contra las flechas de los coágulos del tiempo. Tristeza es tomarse la última al amanecer, querer conservar tu corazón en ámbar, o como una flor deshojada y cosida con fuego al infierno de mis entrañas. Querer y no poder encontrarnos por dentro, tener que escapar del bullicio, las sonrisas enclaustradas, que los sábados se deshagan como jirones de niebla, o el canto de hermosas sirenas que habitaban en islas más allá del último confín de tu espalda. Dejar atrás nuestra infancia es acercarse a bailar con la muerte, aunque a veces consigamos regresar a ella con un aroma o alguna canción y un vaivén de poesía entre las pestañas. Por un momento volvíamos a ser niños para la eternidad y yo notaba un escalofrío en la nuca y un vértigo tatuado en la piel del alma. Llevamos el miedo en la mirada como una cicatriz, un algoritmo, o el aullido de la libertad de los niños que fuimos, de los años sin calendarios ni relojes, de las ilusiones que dormían agazapadas en los laberintos del corazón.. Juanma - 24 - Julio - 2015