Trajes de gitana, empedrado de chino cordobés, paredes encaladas y un abanico casi infinito de flora (de gitanillas a geraqnios o buganvillas y claveles) convertían a las casas-patio de Córdoba en los años 30 del siglo XX -más numerosas que ahora- en una auténtica fiesta popular en la que ya había premios para los mejores recintos.