El economía basada en el crecimiento descontrolado del PIB y que no tiene en cuenta el impacto ambiental, ni la cobertura sanitaria y educativa ha fracasado
Ecofeminismo es la combinación entre la ecología social y el feminismo critico.
Claro que hay mujeres machistas, vivimos en un mundo machista. Las mujeres machistas son la prueba evidente de que el machismo existe. Por eso un machista después de negarte la existencia del patriarcado, te señala sin darse cuenta que hay mujeres machistas para mostrarte que el patriarcado no es un problema exclusivo de los hombres. Y tienen razón: el machismo también es un problema que nos afecta a nosotras. Somos nosotras las principales víctimas de la brutalidad machista en forma de acoso, vigilancia y control, agresiones, maltrato psicólogico y emocional, abusos sexuales, violaciones en grupo, secuestros para el tráfico de esclavas sexuales, feminicidios. Existen las mujeres violentas, vivimos en un mundo basado en la violencia patriarcal. La culpa no es de las mujeres, aunque en los medios nos sigan machacando con la idea de que nos pasa lo que nos pasa por desobedientes, por provocadoras, por imprudentes, por locas. No somos las asesinas, somos las víctimas. Esto no nos exime de la responsabilidad que tenemos todas las mujeres para terminar con la desigualdad y la violencia, para romper con los roles y los estereotipos de género, para desobedecer los mandatos del patriarcado, para luchar por nuestros derechos humanos fundamentales y nuestras libertades, para educar niños y niñas en la diversidad y la igualdad, para protestar cada vez que asesinan a una de nosotras, para visibilizar a las mujeres importantes de nuestra cultura y nuestra Historia,para revisar nuestros privilegios y nuestros prejuicios, para hacer autocrítica sobre las opresiones que ejercemos sobre los demás, para aprender a querernos a nosotras mismas, para aprender a querer a las demás. En todas las épocas históricas ha habido mujeres desobedientes al patriarcado. Sin embargo, las feministas aún somos minoría, aunque seamos millones de personas. Y todas nosotras llevamos el patriarcado en los adentros, por eso estamos trabajando individual y colectivamente para liberarnos de todos sus mandatos. La buena noticia es que cada vez somos más, y más diversas: estamos transformando nuestra sociedad, nuestra economía, nuestra cultura, nuestra sexualidad, nuestras emociones, nuestra formar de organizarnos y de relacionarnos con los demás. Y el cambio es imparable, aunque genere tantas resistencias en las mujeres y los hombres machistas. A continuación os ofrezco un breve análisis de por qué la mayoría de las mujeres en el planeta son patriarcales, cómo interiorizamos el patriarcado, cómo lo reproducimos y transmitimos, cómo ejercemos el poder, qué estrategias utilizamos para sobrevivir en un mundo de dominación masculina, cómo nos relacionamos entre nosotras y con los hombres, cómo amamos y cómo podemos liberarnos colectivamente del patriarcado. ¿Cómo se hacen las mujeres patriarcales? Las mujeres no nacen, se hacen. Aprendemos a ser mujeres en la cultura en la que hemos nacido, y ya desde antes de salir del vientre materno, nuestra identidad está sujeta al género al que nos adscriben nada más nacer. Llegamos al mundo en un sistema de sanidad patriarcal que les dice a nuestras madres que ellas no saben parir, un sistema que no respeta los ritmos naturales de un parto y los acelera cuando se acercan los cambios de turno, un sistema que las trata como enfermas, no como parturientas. Un sistema que las medica y las obliga a parir en la postura que le viene bien al señor ginecólogo que no quiere agacharse ni arrodillarse en el suelo para facilitar la llegada de un bebé que empuja hacia abajo, en la dirección de la gravedad de la tierra. Muchas nacemos en medio de un proceso que en lugar de ser hermoso, se convierte en un infierno de violencia obstétrica, la primera violencia que recibimos muchos nada más de llegar al mundo. Nos crían y nos educan en el patriarcado. Los cuentos que nos cuentan son patriarcales, las heroínas y los héroes son patriarcales, también las tramas y los finales felices lo son. ¿Cómo no íbamos a ser patriarcales las mujeres también? Interiorizamos todos sus mandatos a través de los mitos, adoptamos los roles patriarcales en nuestro proceso de socialización, los reproducimos y los transmitimos a las siguientes generaciones. Todos los grupos dominados asumen la lógica de los que dominan, así que las mujeres dominadas también se mueven en jerarquías y ejercen el poder desde donde se encuentran. Afortunadamente, también se generan resistencias a esa lógica: llevamos la desobediencia y la capacidad de resistencia en la sangre. Las mujeres como grupo oprimido asumimos las jerarquías y también oprimimos a los que están por debajo nuestra. Estamos siempre en constante batalla, contra nosotras mismas, entre nosotras, y contra los hombres. Algunas mujeres se lo trabajan mucho para despatriarcalizarse, otras no saben si quiera qué significa la palabra "patriarcado", aunque la experimentan en sus carnes a diario. No tienen conciencia de vivir bajo un sistema político, económico, cultural, social, religioso, sexual, y emocional basado en la desigualdad, en la acumulación de poder, y en la violencia contra los más débiles. ¿Cómo reproducimos la violencia las mujeres? Criticamos a las que se salen de la norma, nos portamos mal con nuestras parejas, maltratamos a los seres que consideramos "inferiores" a nosotras o que son más débiles que nosotras (empleadas y empleados a nuestro cargo, hijos e hijas, padres y madres, nueras y suegras, trabajadoras del hogar que contratamos para que limpien nuestra mierda, etc) Discriminamos a mujeres de otras nacionalidades, otras orientaciones sexuales, otras identidades de género, otras etnias, otras religiones. Abusamos de la necesidad de las trabajadoras y trabajadores pobres, conspiramos entre nosotras para hundir a una compañera feminista y desprestigiar su imagen. En todo el mundo, las mujeres colaboran con el patriarcado: hay mujeres que tratan mal a otras mujeres que van a dar a luz un bebé, hay madres que mutilan los genitales a sus hijas, o que permiten que sus maridos las violen. Hay mujeres que colaboran en la captación de niñas para la trata de esclavas sexuales, dirigen puticlubs, hay mujeres que se enriquecen explotando a otras mujeres. Las mujeres, además, interiorizamos la violencia patriarcal y la dirigimos contra nosotras: nos boicoteamos, nos empequeñecemos, nos sometemos, nos hacemos daño a nosotras mismas, no nos respetamos, nos traicionamos a nosotras mismas, no nos cuidamos, no sabemos querernos bien. Nos castigamos a nosotras mismas con dietas monstruosas, cirugías innecesarias, tratamientos de belleza espantosos. Cuanto más sometidas estamos, más inseguras somos, más baja es nuestra autoestima, y más nos machacamos a nosotras mismas, por eso enfermamos mental, emocional y físicamente. ¿Cómo machaca el patriarcado nuestra autoestima? Los medios nos recuerdan constantemente que nadie nos va a querer si no estamos guapas, delgadas, sexys, y disponibles para los hombres. Nos ofrecen modelos de belleza inalcanzables, y nos torturamos a nosotras mismas con ese miedo tremendo a que nadie nos quiera. Cuando decimos "nadie", nos referimos a la idea que fabricamos del hombre de nuestros sueños. En esa carrera por estar guapa y ser la mejor en todo, nos exigimos mucho a nosotras mismas, nos machacamos, nos forzamos, nos sacrificamos. Nos han metido dentro la idea de que tenemos que ser las mejores parejas, las mejores hijas, las mejores madres, las mejores profesionales, las mejores amigas, y no llegamos a todo. Y nos frustramos con este mito de la super woman, porque es un modelo de mujer muy alejado de la realidad: nuestro tiempo y energías son muy limitados, y dedicamos demasiadas a intentar cumplir con la tiranía de la belleza y los mandatos del patriarcado. Nos hacemos daño a nosotras mismas, y también hacemos daño a los demás. Sólo con echar un vistazo a las cifras de maltrato infantil podemos hacernos una idea de la gravedad del problema: hay millones de madres en el mundo que nunca quisieron tener un bebé, que fueron violadas, que fueron obligadas a parir. Hay millones de madres que son niñas y que vieron sus vidas destrozadas al tener que asumir una inmensa responsabilidad que es solo para madres adultas. También hay un número significativo de madres que cedieron a las presiones sociales y familiares para que se reprodujeran sin tener muchas ganas y sin saber donde se metían: el patriarcado mitifica la maternidad para que nos creamos que tener hijas e hijos es lo mejor que puede pasarle a una mujer en la vida, para que nos pensemos que en la maternidad está el paraíso, la felicidad constante, el amor puro, verdadero y eterno. Y luego descubrimos que no es tan maravillosa como nos decían, y no sabemos cómo cumplir con los mandatos de género que nos piden una entrega total a nuestras crías y una perfección que raya en lo sublime, al estilo de la abnegada y sufridora Virgen María. El nivel de violencia masculina es infinitamente mayor: la masculinidad patriarcal viola y mata a diario, y no sólo a las mujeres, también a los hombres. Todos los días, en todos los rincones del planeta, las mujeres son acosadas en la calle, en el transporte público, en el trabajo y en la casa. Somos las principales víctimas de las agresiones sexuales y los malos tratos, somos asesinadas a diario por nuestras parejas y ex parejas. Esto es importante recalcarlo porque los hombres machistas a menudo ponen ambas formas de violencia (la ejercida por hombres y por mujeres) en el mismo nivel, como si el patriarcado fuera una guerra de sexos de gente que lucha en las mismas condiciones. Y no: el patriarcado está en guerra contra las mujeres, y la gente que lo sigue negando no lo hace por ignorancia, sino porque son machistas. ¿Cómo ejercemos el poder las mujeres? Igual que los hombres, tenemos dos formas de ejercer el poder: con la dominación o la sumisión, y sostenemos luchas de poder con las personas que están por encima y por debajo de nosotras en la jerarquía. Cuando tomamos el poder político y económico, lo ejercemos generalmente igual que los hombres, bajo la misma estructura y las mismas leyes. El poder es siempre patriarcal si es jerárquico y está basado en la dominación de unos pocos sobre las mayorías. Sin embargo, son muy pocas las mujeres que dirigen países o conglomerados de países, empresas, bancos, partidos políticos, organismos internacionales o poderes judiciales. En la mayor parte del planeta estamos condenadas a la pobreza y a ocupar las escalas más bajas de la jerarquía social. En lugar de unirnos para buscar nuestros propios recursos, nos enseñan a buscar a alguien que nos busque esos recursos, y a competir entre nosotras para quedarnos al mejor proveedor (o al más guapo). Diseñamos nuestras propias estrategias para obtener lo que necesitamos para sobrevivir, generalmente sin utilizar la violencia física. Nos han educado desde pequeñitas a utilizar nuestros encantos y nuestras lágrimas para conseguir lo que queremos de los adultos, por eso a menudo nos funciona el victimismo como forma de manipular nuestro entorno. Los hombres acaparan las riquezas y el poder, así que nosotras aprendemos pronto a usar las armas que nos da el patriarcado para sobrevivir. Para muchísimas mujeres en el mundo, el matrimonio es la única vía para poder salir de la casa paterna, y para poder salir de la pobreza. El 80% de las tierras del planeta están en manos de los hombres, ellos cobran salarios más altos y sufren menos el desempleo que nosotras: la pobreza en el planeta Tierra tiene rostro de mujer, específicamente, de mujer con hijos e hijas. El patriarcado fabrica mujeres sumisas, discretas, obedientes, dulces y abnegadas, mujeres santas que se dan a los demás "por amor". Pero también fabrica mujeres malas: mujeres violentas, mentirosas, egoístas, crueles, envidiosas, autoritarias, sádicas, racistas, clasistas. Si, hay mujeres interesadas y aprovechadas que manipulan la realidad y a los demás para su propio beneficio. Si, hay mujeres asesinas, y hay mujeres torturadoras, y hubo muchas mujeres nazis, y hay muchas mujeres fascistas. El feminismo no niega que hay malas personas dentro del género femenino, ni niega la existencia del machismo en las mujeres. Pone el foco en la guerra contra las mujeres porque quiere acabar con la desigualdad, la violencia y la falta de derechos y libertades de las mujeres: de todas, de las malas y de las buenas. Y cuestionamos estos dos conceptos porque para el patriarcado, todas las mujeres desobedientes e insumisas a los mandatos de género son malas. Y así quiere el patriarcado que se nos vea a la mayoría: como malas. Tan malas, que hasta ejercemos violencia entre nosotras. No es que esté en nuestros genes, es que nos educan para que creamos que las demás son las enemigas, para que compitamos entre nosotras, para que nos despedacemos sin que los hombres tengan que encargarse todo el tiempo de esa tarea. Por eso hoy cualquiera va y te dice tan tranquilamente que las mujeres somos malvadas entre nosotras y que es un horror trabajar con mujeres. Sin embargo, la realidad es justo lo contrario: juntas somos muy poderosas. Sólo nos salvamos cuando nos juntamos entre nosotras para construir comunidades de apoyo mutuo, de sororidad, de compañerismo, solidaridad y cooperación, pero ya se encarga el patriarcado de mantenernos separadas, enfrentadas, y divididas. El patriarcado nos quiere tristes, rabiosas, asustadas, cabreadas, amargadas, aisladas, y sobre todo, nos quiere deprimidas, centradas en nosotras mismas, entretenidas con nuestros problemas y nuestros sueños románticos. Si cada una de nosotras está en lo suyo, somos inofensivas: el peligro está cuando nos juntamos y somos felices. Porque nos empoderamos, nos transformamos, nos liberamos, y el patriarcado tiembla. Esta es la razón por la que el patriarcado necesita que estemos tristes y nos sintamos todo el tiempo vulnerables. Muchas mujeres viven permanentemente insatisfechas pensando que si no han "triunfado" es porque no valen lo suficiente, porque son viejas, gordas o feas. Uno de los mayores castigos que ejercemos sobre nosotras mismas es no aceptarnos tal y como somos, y no darnos el permiso para liberarnos de la culpa y ser felices. Perdemos muchas energías buscando el reconocimiento de los hombres, la aprobación y admiración de los hombres. No nos responsabilizamos de nuestra felicidad: buscamos a alguien que asuma la tarea, porque nos cuesta confiar en nosotras mismas, nos cuesta reconocer nuestros logros, nos cuesta tratarnos con amor a nosotras mismas. No es casualidad que el 95% de las mujeres que conozco o con las que he trabajado en mi Escuela Otras formas de Quererse, en talleres presenciales y congresos, en jornadas y asambleas, tengamos la autoestima baja. No es casualidad: es que el patriarcado nos necesita dependientes, y para eso tenemos que estar en guerra contra nosotras mismas, muertas de miedo ante la soledad, el fracaso, y la falta de amor. Cuanto más baja tenemos la autoestima, más sumisas, más frágiles y más miedosas somos. Cuanto más inseguridades y complejos tenemos, más mezquinas somos. Es una especie de regla no escrita: cuanto peor es la relación con nosotras mismas, peor es la relación con todos los demás. Por eso hay mujeres que se portan tan mal con los hombres, con ellas mismas, y entre ellas: porque asumimos la lucha por el poder patriarcal del mismo modo que los hombres, y ejercemos la violencia sin apenas usar la fuerza física porque queremos ganar todas las batallas, porque necesitamos acumular poder y recursos, porque no sabemos generar espacios de autonomía y empoderamiento femenino, porque creemos que el amor es una guerra y estar en pareja consiste en batallar para evitar la dominación o para ejercerla. Como jugamos en desventaja en un mundo en el que los hombres dominan y poseen los recursos, diseñamos estrategias "femeninas" para ejercer nuestro poder: manipulación, chantaje emocional, amenazas, insultos, reproches, acusaciones, engaños. Utilizamos la violencia emocional y psicológica, damos donde más duele, buscamos la manera de adaptar la realidad a nuestras necesidades. Hacemos juego sucio para lograr nuestros objetivos, para ganar las luchas de poder en las que se mueve la humanidad entera a diario. Vivimos en un mundo jerárquico y muy competitivo en el que hay que luchar con uñas y dientes para conseguir los recursos mínimos para la supervivencia, y cada cual lo hace con sus armas y sus conocimientos. Las niñas asumen ya con seis años que pertenecen al género de los seres inferiores. Les va mejor a las que se someten a esta realidad que a las que se rebelan, pero el patriarcado igualmente se nos mete a todas dentro, y resulta muy difícil quitárselo de encima. Hay que hacer mucha terapia, mucha autocrítica, y mucho trabajo para analizar e identificar los mandatos que hemos asumido, romper con los roles que se nos han asignado, desmitificar las historias que dulcifican e idealizan la maternidad y el amor romántico. Muchas empezamos ya el camino gracias a los feminismos, pero aún somos minoría. El amor y las mujeres patriarcales Las mujeres somos educadas en la cultura sadomasoquista que nos han inoculado desde pequeñas a través de la religión cristiana (con sus mensajes sobre el pecado, la culpa, el arrepentimiento, la redención, el sometimiento a la figura masculina endiosada) y a través de la cultura, que promueve también el placer del sufrimiento y la sumisión. Muchas mujeres viven sacrificadas pensando que luego tendrán su premio en el reino de los cielos, y así se les pasa la vida, esperando al milagro, esperando al príncipe azul (el novio o el hijo varón), creyendo que la felicidad está en que alguien las ame. En general, a todas nos han convencido de que las mujeres tenemos un don para amar incondicionalmente a un hombre, para entregarnos por completo a él, para olvidarnos de nuestras necesidades y nuestros sueños, para sacrificarnos por él, para renunciar a todo nuestro tiempo libre y nuestras redes afectivas y sociales, y hacerlo todo por amor, sin que nadie nos obligue. Nos engañaron con la idea de que todo sacrificio tiene su recompensa: "si te sometes al amor y cuidas a un hombre, él se dará cuenta de cuanto vales y cuánto te ama, y vivirás feliz y comerás perdiz. Nos dijeron: "si eres paciente con un hombre, si le esperas con ansias, si le das todo lo que necesitas, él te eligirá y te salvará. Te protegerá, te mantendrá, te amará para siempre, te cuidará como nadie, te será fiel, te acompañará toda la vida". Nos han dicho que nuestro sitio está en casa, trabajando gratis, cuidando a todo el mundo, sin vacaciones pagadas, sin derecho a ponerte enferma, sin derecho a la protesta, sin derecho a buscar los espacios y los tiempos propios. Nuestra entrega y encierro podrían parecer voluntarios, pero no lo son: lo hacemos porque es nuestro rol, es lo que se espera de nosotras. Apoyamos al marido para que ascienda en su carrera y posponemos indefinidamente nuestros propios proyectos porque a nosotras lo que nos hace felices realmente es amar, parir, cuidar, criar, educar, servir, y hacernos responsables del bienestar y la felicidad de los demás. Nosotras también amamos patriarcalmente: creemos que nuestro amado es "nuestro", nos atamos con candado al amado, controlamos y vigilamos al amado para que no ejerza su libertad, defendemos al proveedor único de los recursos de las garras de las mujeres malas que nos los quieren quitar. Sentimos unos celos terribles cuando nos engañan y cuando sospechamos que nos engañan, reaccionamos con violencia cuando el otro nos dice que no nos ama, nos conformamos con migajas de amor, perdemos nuestra autoestima cuando nos machacan, machamos la autoestima del otro, guerreamos para rebelarnos a la dominación, y también guerreamos para dominar. Ese es el único área en el que podemos triunfar, nos dice el patriarcado: el amor. La única forma de controlar a un hombre es enamorarlo, y luego mantenerse firme para que cumpla con sus obligaciones como esposo. Por eso las mujeres libramos batallas tremendas en el área del amor romántico, y aprendemos pronto que desde la sumisión también podemos dominar, y mucho: no hay nada como el chantaje emocional y el victimismo para que el otro haga lo que queremos o nos dé lo que necesitemos. Al igual que los hombres, no tenemos herramientas tampoco para gestionar nuestras emociones y construir relaciones igualitarias basadas en el respeto mutuo, el buen trato, y el compañerismo. Porque nos contaron que los hombres como son superiores, se encargarían de nuestro bienestar y nuestra felicidad, resolverían nuestros problemas, nos librarían de la explotación laboral, y nos pondrían criadas y criados para vivir felices en nuestro palacio. Nosotras a cambio ofrecemos lo único que tenemos: nuestro atractivo sexual, nuestra capacidad reproductora, y nuestra capacidad para amar y cuidar. Entonces con estas ideas que nos meten en la cabeza, es normal que la mayoría de las mujeres de este planeta (exceptuando a unas pocas) pasemos más tiempo buscando al príncipe azul, que trabajando por nuestra autonomía, nuestros derechos, nuestras libertades, nuestros proyectos. Es normal que utilicemos el sexo para lograr cosas, para obtener recursos, para dominar a los hombres. Nos lo dicen todas las princesas Disney que salieron de la pobreza directas al palacio: la mejor fuente de recursos es un hombre, dado que en el mercado laboral la gran mayoría de las mujeres viven en condiciones de esclavitud o de precariedad severa. Las fábricas, las plantaciones y las casas están llenas de mujeres trabajando por un salario obsceno: es normal que sueñen con que alguien las saque de ahí y les regale la tarjeta de crédito. Esnormal que los hombres poderosos y ricos tengan muchas mujeres alrededor, porque ellos son los mayores acaparadores de recursos. El patriarcado no promueve nuestra autonomía, sino que nos hace creer que para lograr poder tenemos que dar sexo, y manipular a los hombres para dejar de pasar penalidades. Las mujeres asumimos esta forma de relacionarnos basada en la dominación y la sumisión y las luchas de poder, pero gracias al feminismo ahora somos capaces de fabricar herramientas para desaprender estas estructuras violentas y para salir de los armarios, para atrevernos a sentir y a vivir nuestra sexualidad más allá de la heteronorma. Estamos aprendiendo a relacionarnos desde el compañerismo, sin jerarquías, en estructuras horizontales en las que nos sintamos libres para irnos y quedarnos, libres para ser nosotras mismas, libres de miedos, de culpa, de masoquismo romántico: sabemos que hay otras formas de quererse, y estamos trabajando mucho para llevarlas de la teoría a la práctica. Conclusiones Nuestro papel de víctimas no nos exime de la enorme responsabilidad que tenemos en la reproducción y transmisión del patriarcado, y esto es una enseñanza que yo aprendí en el feminismo: podemos desaprender todo lo que aprendimos, podemos trabajarnos todo lo que queramos, podemos despatriarcalizarnos. Podemos llegar a ser mejores personas, podemos mejorar nuestras relaciones con los demás, podemos transformarnos y transformar a la vez el mundo en el que vivimos. El cambio es individual (cada cual que se trabaje los patriarcados que nos habitan) y colectivo, por eso tenemos que hablar mucho del machismo, hacer autocrítica amorosa y feminista, y fabricar herramientas que nos permitan desalojar de nuestro interior todos los mandatos de género, las creencias, los prejuicios, los estereotipos, los roles, los mitos. Este es uno de los pilares del feminismo: la rebelión femenina contra el patriarcado que nos oprime desde dentro y desde fuera. Muchas estamos haciendo autocrítica para identificar y trabajar los patriarcados que nos habitan, llevamos muchos años de ventaja a los hombres. Estamos creando redes de sororidad y compañerismo, estamos debatiendo y leyendo en las redes, estamos escribiendo sobre el tema, estamos haciendo talleres, celebrando encuentros, haciendo documentales, reflexionando colectivamente sobre cómo podemos construir un mundo mejor para todos y para todas. Ponerse las gafas violetas es apasionante, porque sirve para entender la complejidad del sistema patriarcal y capitalista, pero es muy duro, porque de pronto ves machismo en todas partes, a todas horas, y resulta insoportable. Una de las peores cosas que ves es la indiferencia de la gente, y su ceguera. La gran mayoría no lo ve, ni le importa: sólo al 1.4% de la población española le preocupan los temas relacionados con la violencia machista, la discriminación laboral y salarial de las mujeres, la pobreza de las mujeres, la invisibilidad y la ausencia de mujeres en los medios, los techos de cristal, etc. Esto significa que para los medios no es un tema importante, ni quiere que lo sea para la población, por eso apenas habla del tema y cuando lo hace, perpetúa los mitos patriarcales, promueve los estereotipos de género, fomenta la violencia machista, desinforma deliberadamente, culpa a las víctimas y disculpa a sus violadores y asesinos. Si, hay mujeres periodistas muy machistas, y también mujeres incultas que no han leído absolutamente nada sobre temas de género y feminismo, y no piensan hacerlo jamás. Hay mujeres machistas en todas las profesiones, hay mujeres que legislan en contra de los derechos de las mujeres, hay mujeres que odian a todas las compañeras de género y se sienten muy superiores a ellas. Sin embargo, nos hace mucho más daño la violencia de los hombres, porque nos mata a diario. Los hombres machistas en lugar de excusar su machismo señalando la existencia de mujeres patriarcales, podrían empezar a trabajarse sus patriarcados a solas y en grupo, como hacemos nosotras. Ya hay unos cuantos hombres feministas desobedientes a la masculinidad hegemónica: están cuestionando sus privilegios, revisando su forma de ser y de estar en el mundo, haciendo autocrítica amorosa para despatriarcalizarse. Pero son minoría (mucho más minoritaria que la minoría de mujeres feministas), y para lograr un cambio social necesitamos que se incorporen masivamente a este proceso imparable en el que estamos intentando despatriarcalizarlo todo. El proceso de liberación es largo: son muchos siglos de patriarcado encima. Nos queda mucho trabajo por hacer, mucho que analizar, muchos mitos románticos que destruir. Tenemos grandes planes para cambiar el mundo: queremos liberar al amor y al sexo de su carga patriarcal, aprender a organizarnos económica y políticamente de otra forma, crear estructuras horizontales para eliminar las jerarquías, cambiar el concepto de poder y relacionarnos de otras maneras... Yo siento que los esfuerzos van dando sus frutos: algunas estamos logrando esa autonomía económica y emocional, nos estamos juntando para cooperar y compartir saberes, conocimientos y recursos. Nos estamos empoderando en grupos de mujeres, estamos luchando por nuestras libertades y nuestros derechos, estamos desobedeciendo, estamos construyendo, estamos explorando e inventando, estamos reivindicando nuestro derecho al placer. Estamos educando niñas y niños para que aprendan a desobedecer y a cuestionar el orden patriarcal, y para que puedan imaginar y aportar en la construcción de un mundo diferente. Estos cambios nos benefician a todas y a todos, aunque unos cuantos tengan que renunciar a sus privilegios para que los demás tengamos todos nuestros derechos garantizados. Nuestro sueño es crear un mundo sin jerarquías, sin luchas de poder, sin acumulación de recursos, sin explotación de los más débiles, sin machismo y sin odio. Queremos garantizar la libertad y los derechos de todas las niñas y todas las mujeres. Queremos un mundo libre de dominación y violencia: este es el sueño por el que trabajo y trabajamos día a día desde los feminismos. La transformación es lenta, pero imparable. Coral Herrera Gómez Te puedes contactar con nosotrxs: [email protected] Ecofeminismo, decrecimiento y alternativas al desarrollo
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La brecha digital está pasando de ser una causa de exclusión social de las personas mayores a un fenómeno en continuo decrecimiento
Renacer antes de que sea demasiado tarde. Cambiar la economía del crecimiento sin crecimiento por la del decrecimiento. El catedrático francés Serge Latouche lleva más de una década defendiendo su utopía. Filósofo y economista, sabe que las ideas han de venderse como cualquier otro bien de consumo: con un buen eslogan y un mensaje contundente. Latouche desgrana tanto los síntomas de una sociedad en declive, como los ingredientes de su antídoto, el decrecimiento. Para Latouche, una sociedad de crecimiento sin crecimiento "lleva al paro y la falta de financiación para aquellas cosas que proporcionan un mínimo de bienestar como son la cultura, el medioambiente o la sanidad". Es como un ciclista que no pedalea. Sin academicismos, Latouche ha subrayado que, como bien se sabe en España, el sistema ha vivido una época de "crecimiento ficticio basado en la especulación". Según el profesor emérito de la Universidad de París Sud, la felicidad y el Producto Interior Bruto (PIB) son términos reñidos. "Las sociedades desiguales no generan felicidad" "El sistema no hace que las personas sean felices. Las sociedades desiguales no generan la felicidad, ya que ni siquiera los ricos son felices en sociedades desiguales", explica. "En los países más felices no se producen muchos coches, pero sí alegría de vivir", bromea el catedrático refiriéndose a países como Costa Rica, la Republica Dominicana o Jamaica. Latouche considera una falacia tanto la idea de crecimiento como la de desarrollo sostenible, ya que ve imposible producir, consumir, explotar los recursos y contaminar de manera ilimitada. Según el erudito, el sistema está engrasado por la "triada infernal": la publicidad, los bancos y la obsolescencia programada. Una sociedad así, apostilla, "no es sostenible ni deseable". El filósofo francés prefiere hablar de hundimiento antes que de crisis para referirse a una sexta extinción de las especies que avanza a "una velocidad aterradora" y tendrá como una de sus principales víctimas al ser humano. "El drama es que no creemos en lo que sabemos y, por tanto, no hacemos nada. Los 140 jefes de gobierno que se van a reunir en Paris lo saben y no van a hacer nada", en referencia a la Cumbre del Clima de París. El autor de Pequeño tratado del decrecimiento sereno o La sociedad de la abundancia frugal cree que la única posibilidad que tiene la humanidad de sobrevivir ante dicha catástrofe es el decrecimiento basado en "la frugalidad y la autolimitación". Sería una revolución basada en el "círculo virtuoso" de las ocho erres: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, reubicar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar. "Debemos ser buenos jardineros, recuperar el sentido de los límites y de nuestra relación con el medio ambiente para ver que hay riqueza más allá de la económica", destaca. Se trata de "revisar el concepto de escasez. La naturaleza no es escasa, sino fecunda, pero se vuelve escasa cuando, por ejemplo, creamos organismos modificados genéticamente que no se pueden regenerar". Programa reformista A eso, explica, hay que añadir la reducción del exceso de consumo y reutilizar o reciclar lo que no se pueda utilizar. Latouche recalca que no se trata de un programa, sino de un proyecto o un horizonte que dé sentido a proyectos políticos y que ya propuso, como programa reformista, en las elecciones presidenciales francesas de 2007. En su programa de diez puntos, Latouche invitó a los candidatos a apostar por una huella ecológica sostenible, reducir el transporte con ecotasas, relocalizar las actividades económicas, restaurar una agricultura productiva pero ecológica, reducir el tiempo de trabajo, invertir en "bienes relacionales" como el amor, la amistad o el conocimiento, reducir el derroche de energía y los espacios publicitarios, reorientar la investigación tecnocientífica y recuperar la gestión pública del dinero. De todas esas medidas, la reducción de la jornada laboral es una de las más polémicas. El filósofo cree que "hay que reducir drásticamente las horas de trabajo". Rebate así el lema del expresidente francés, Nicolas Sarkozy, que defendía que había que "trabajar más para ganar más". "Tenemos mucha gente sin trabajo y mucha gente que trabaja más para ganar menos. Si uno trabaja más, aumenta la oferta y como la demanda no lo hace, hunde la ley de la oferta y la demanda. Es decir, si se trabaja más, se gana menos. Yo reprocho a los economistas de mi país que no hayan bajado a la arena a denunciar aquel eslogan presidencial", sentencia. Latouche ve difícil que la sociedad se lance a cambiar el estado de las cosas antes de que se produzca este hundimiento. "Todo el mundo querría que el mundo fuera menos bárbaro, pero no tenemos el valor de cambiar el rumbo. La gente, manipulada por la publicidad y la propaganda, no quiere cambiar sus hábitos", subraya. En esa valentía de cambiar las cosas está la solución, asegura, de la lucha contra el paro, la pobreza extrema y la proliferación del terrorismo.
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Jorge Riechmann Incluso procesos como la fotosíntesis y la polinización están hoy amenazados En China, ese paradójico país ultracapitalista gobernado por el Partido Comunista chino, el nivel de contaminación atmosférica en muchas zonas es tal que la falta de luz afecta ya a la fotosíntesis de las plantas, amenazando la producción agrícola. Las noticias que llegan desde Pekín son dantescas: La grave situación (…) provoca la muerte prematura de miles de personas en el país cada año y ha empeorado el número de casos de cáncer de pulmón en la capital, [pero además] tiene otra derivada con potenciales consecuencias catastróficas sobre la agricultura y la alimentación. He Dongxian, profesora en la Universidad de Agricultura de China, en Pekín, asegura que un experimento realizado en la municipalidad durante meses recientes ha mostrado una ralentización drástica del proceso de fotosíntesis, según informa el diario de Hong Kong South China Morning Post. En las pruebas, el crecimiento de semillas de pimientos y tomate, que normalmente emplean veinte días en convertirse en plantas de semillero con luz artificial en un laboratorio, tardaron más de dos meses en germinar en una granja- invernadero en uno de los distritos de las afueras de Pekín. He asegura que las membranas y contaminantes que se pegan a la superficie de los invernaderos reducen la cantidad de luz que llega a las plantas a la mitad. (…) La investigadora afirma que la mayoría de las plantas que germinaron eran débiles o estaban enfermas, lo cual ‘reducirá la producción agrícola este año’. También advierte que, si la niebla tóxica continúa o se intensifica, la producción de alimentos en China ‘sufrirá consecuencias devastadoras’. (…) Algunas empresas están estudiando instalar equipos de iluminación artificial, y muchas granjas han incrementado de forma importante el uso de hormonas vegetales para estimular el crecimiento de las plantas, afirma el periódico. (Reinoso 2014) La fotosíntesis es el proceso de base para la vida sobre la Tierra. Su intensa perturbación en regiones planetarias enteras nos indica la gravedad de la interferencia humana que está teniendo lugar en esta fase final del capitalismo a la que los geólogos nos proponen llamar ya Antropoceno; la mortandad masiva de insectos polinizadores –comenzando por las abejas— apunta en el mismo sentido. Las cuatro quintas partes de los alimentos que cultivamos son polinizados por insectos: pero “todos ellos corren peligro” en el siglo XXI, apunta Marla Spivak, de la Universidad de Minnesota (citada en Robbins 2013). Para reconstruir la actualidad de hoy podríamos releer algunas páginas de La situación de la clase obrera en Inglaterra de Friedrich Engels: aquel reportaje y tratado sociológico de hace casi dos siglos nos situaría en un mundo muy cercano al que describe el artículo del South China Morning Post en 2014. El capitalismo en su infancia explotaba a las personas y devastaba la naturaleza; el capitalismo en su senectud explota a las personas y devasta la naturaleza. La diferencia es que ahora, después de dos siglos de industrialización capitalista, es ya el planeta entero el que está sometido a esas dinámicas; y la destrucción se ha acelerado tanto que apenas tenemos ya tiempo para luchar por un cambio de rumbo. Por ejemplo, actualmente se genera en sólo un año más “carbono negro” (hollín y partículas sobre todo) por el uso de leña y carbón (en África y Asia principalmente) del que se produjo en toda la Edad Media (Emmott 2013: 80). En noviembre de 2012, la consultora y empresa de asesoramiento financiero PricewaterhouseCoopers, la mayor de las llamadas Big Four (Cuatro Grandes), publicó un informe donde se llegaba a la conclusión de que ya era demasiado tarde para mantener el aumento futuro de las temperaturas medias globales por debajo de la línea de seguridad de dos grados centígrados (con respecto a las temperaturas preindustriales). “Ha llegado el momento de prepararse para un mundo más caliente”, se afirma en el informe (PwC 2012).2 La revolución (ecosocialista) tendríamos que haberla hecho ayer. Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: [email protected]
Autogestionaron sus vidas, rechazaron a la policía y se entregaron a una lucha que fue precursora del feminismo contemporáneo. Así fueron las cigarreras.
Wikimedia Commons El impresionismo y todas sus variantes dieron al mundo del arte grandes nombres de pintores pero también fue un momen...
Muchas formas de lenguaje y expresiones que abundan en nuestro vocabulario construyen y refuerzan estereotipos de género que conducen a la violencia contra las mujeres. Por eso aquí te decimos cómo evitarlas. El lenguaje es una expresión de nuestro pensamiento, un reflejo de los usos y costumbres de una sociedad y cultura determinadas. Por ello, por mucho tiempo el lenguaje ha sido también fuente de violencia simbólica, una herramienta más a través de la cual se ha naturalizado la discriminación y la desigualdad que históricamente ha existido entre mujeres y hombres, las cuales tienen su origen en los roles y estereotipos de género que limitan y encasillan a las personas partiendo de sus diferencias sexuales y biológicas. Dado que por mucho tiempo la sociedad justificó las relaciones desiguales entre mujeres y hombres –confinando a las mujeres a las actividades del hogar, la atención de las hijas e hijos y al rol reproductivo y de cuidados— no es de extrañar que el lenguaje que por años hemos utilizado esté caracterizado por expresiones sexistas y excluyentes que han invisibilizado la presencia de la mujer y, especialmente, su participación en muchos de los ámbitos públicos en que hoy son también grandes protagonistas. De esta problemática – y del impacto de inevitablemente tiene el uso de lenguaje en nuestro desarrollo como sociedad— es que surgió el lenguaje incluyente, el cual establece nuevas reglas que se adaptan a una sociedad igualitaria y que fomentan una cultura del respeto y la no violencia hacia las mujeres. ¿Por qué es importante utilizar el lenguaje incluyente? En esencia, muchas formas de lenguaje y expresiones sexistas que abundan en nuestro vocabulario — las cuales han pasado de generación en generación perpetuando patrones de comportamiento— construyen estereotipos de género, asociando a las personas con roles y expectativas sociales entorno a lo que deben ser/hacer las mujeres y los hombres. De esta forma, el lenguaje sexista o excluyente ha reforzado la idea errónea de que las mujeres tienen un papel de inferioridad o subordinación con respecto al hombre. Estas formas sutiles de desvalorización de la mujer en el lenguaje son las que, en el inconsciente colectivo, se suman a las muchas formas que contribuyen a reforzar la desigualdad y, en el peor de los casos, a justificar la violencia ejercida hacia las mujeres. Por ello, te invitamos a descargar nuestro manual para el uso de un lenguaje incluyente y con perspectiva de género. Guía rápida para el uso del lenguaje incluyente y no sexista A continuación te dejamos 9 formas en que puedes utilizar el lenguaje incluyente en tu vida diaria.