Una divertida adaptación, con lengüetas y piezas móviles, para que los más pequeños disfruten de su primer libro de "La bella durmiente".
Pequeño recorrido por la historia de las luces en los coches desde sus comienzos hasta hoy.
Los primeros homínidos: ¿poderosos cazadores o carroñeros oportunistas?El debate sobre si nuestros más remotos antepasados fueron los grandes cazadores o no
Si no conoces esta versión de la receta de los clásicos huevos rotos, te enseñamos a preparar unos buenos huevos cabreados.
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El famoso Hotel Nacional , en La Habana. - Nostalgia Cuba
Allá por los primeros años del siglo XX, en Paris, Pablo Picasso, Juan Gris y Georges Braque pusieron las bases esenciales de un estilo pictórico que supuso la ruptura definitiva con la pintura tradicional. Otras tendencias previas ya se habían alejado de los cánones clásicos pero los artistas antes mencionaron rompieron con el último eslabón que les unía a los estatutos de la pintura renacentista vigentes todavía: la perspectiva. Como siempre ha ocurrido, ocurre y ocurrirá con los innovadores, los críticos de la época los despreciaron sin ningún miramiento. Curiosamente, sin quererlo, contribuyeron a la difusión y, en definida, al éxito de las nuevas tendencias. En el caso que nos ocupa fue el crítico Louis Vauxcelles el que, queriendo menospreciar la obra de Braque, dijo de ella que parecía compuesta de pequeños cubos. De esta frase surgió la denominación del nuevo estilo. Desde entonces este movimiento fundamental de la pintura fue conocido como cubismo. Este concepto ha sido fuente de inspiración para muchas generaciones. Y acabo de encontrar un nuevo ejemplo de ello. Cyriak Harris es un artista británico que se dedica a la animación con ordenador que ha alcanzado notoriedad por sus animaciones cortas surrealistas. En este trabajo se ha inspirado en las ideas cubistas para presentar el universo que nos rodea desde una perspectiva “cúbica”. Las imágenes son acompañadas por la canción True lovers del grupo neoyorquino Hooray For Earth.
Los coches eléctricos no son una innovación reciente. Han existido desde que existen los propulsados por motores de combustión interna.
La serie transcurre en la Ciudad de Nueva York en Manhattan Sur, en el Decimotercer Distrito. Gira alrededor de los esfuerzos del incorruptible teniente Teo Kojak (Telly Savalas), un policía calvo, tan cínico como agudo, con tendencia a forzar las reglas para llevar a un criminal ante la justicia. En los primeros episodios de la serie, Kojak fumaba mucho. Como el sentimiento antitabaco no hacía más que aumentar en la televisión norteamericana, los guionistas decidieron que Kojak tenía que dejar de fumar. Empezó por chupar piruletas (o chupetines) como substituto a los cigarrillos. Estos y su frase "Who loves ya, baby?" ("¿Quién te quiere, nena?") llegaron a ser las señas de identidad del personaje.
Así eran los primeros Motor Home, bellos ejemplares y cómodos en su época - Nostalgia Cuba
En oposición a los romanos de hoy, que todo lo hacen en broma, los de la antigüedad lo hacían todo en serio. Especialmente cuando se metían en la cabeza destruir a un enemigo, no sólo le hacían la guerra, aun a costa de emplear ejército tras ejército y dinero sobre dinero, sino que después se le metían en casa y no dejaban piedra sobre piedra. Un trato particularmente severo les reservaban a los etruscos, cuando, después de haber soportado muchas humillaciones, sintiéronse lo bastante fuertes para poder desafiarles. Fue una lucha prolongada y sin exclusión de golpes, pero al vencido no le dejaron ni ojos para llorar. Rara vez se ha visto en la Historia desaparecer a un pueblo de la faz de la Tierra y a otro borrar todas sus huellas con tan obstinada ferocidad. Y a esto se debe el hecho que de toda la civilización etrusca no haya quedado casi nada. Sólo se han conservado algunas obras de arte y unos miles de inscripciones, de las que solamente pocas palabras han sido descifradas. Sobre esos escasísimos elementos, cada cual ha reconstruido aquel mundo a su manera. Entretanto, nadie sabe con precisión de dónde procedía aquel pueblo. A juzgar como ellos mismos se representaron en los bronces y las vasijas de barro cocido, parece que eran más rollizos y corpulentos que los villanoveses y de rasgos que recuerdan a la gente del Asia Menor. En efecto, muchos sostienen que llegaron, por mar, de aquellas comarcas; y eso lo confirmaría el hecho de que fueron los primeros, entre los habitantes de Italia, que poseyeron una flota. No cabe duda de que fueron ellos quienes dieron el nombre de Tirreno, que quiere decir precisamente «etrusco», al mar que baña la costa de la Toscana. Tal vez llegaran en masa y sometieron a la población indígena, tal vez desembarcaron en corto número y se limitaron a someterla con sus armas más eficaces y su técnica más desarrollada. Que su civilización era superior a la villanovesa lo demuestren los cráneos que han sido hallados en las tumbas y que muestran trabajos de prótesis dental bastante logrados. En la vida de los pueblos, los dientes son un signo de gran importancia. Se deterioran con el desarrollo del progreso que hace más imperiosa la necesidad de cuidados perfeccionados. Los etruscos conocían ya el «puente» para reforzar los molares y los metales que se necesitaban para fabricarlos. En efecto, sabían lograr no sólo el hierro que fueron a buscar y encontraron, en la isla de Elba, y que transformaron de bruto en acero, sino también el cobre, el estaño y el ámbar. Las ciudades que inmediatamente se pusieron a construir en el interior, Tarquinia, Arezzo, Perusa, Veyes, eran mucho más modernas que los poblados fundados por los latinos, los sabinos y otras poblaciones villanovesas. Todas tenían bastiones de defensa, calles, y sobre todo, los albañales. Seguían, en suma, un «plan urbanístico», como se diría hoy, confiando a la competencia de ingenieros, que eran buenísimos para aquel tiempo, lo que los demás dejaban al acaso y al capricho de los individuos. Sabían organizarse para trabajos colectivos, de utilidad general, y lo demuestran los canales con los que avenaron aquellas comarcas infestadas por la malaria. Más, sobre todo, eran formidables mercaderes, apegados al dinero y dispuestos a cualquier sacrificio por multiplicarlo. ESPEJO ETRUSCO Los romanos ignoraban aún lo que había detrás del Soracte, montículo poco distante de su ciudad, cuando ya los etruscos habían llegado al Piamonte, Lombardía y Véneto, cruzado a pie los Alpes y, remontando el Ródano y el Rin, llevado sus productos a los mercados franceses, suizos y alemanes para cambiarlos con los de la localidad. Fueron ellos quienes llevaron a Italia la moneda como medio de cambio, que los romanos copiaron después; es ello tan cierto que dejaron grabada en ella la proa de una nave antes de haber construido jamás ninguna. Era gente jovial, que se tomaba la vida por el lado más agradable, y por esto al final perdieron la guerra contra los melancólicos romanos que se la tomaban por el lado más austero. Las escenas reproducidas en sus vasijas y sepulcros nos muestran a hombres bien vestidos con aquella toga que después los romanos copiaron haciendo de ella su traje nacional, de luengos cabellos y barbas ensortijadas, muchas alhajas en el cuello, en los dedos, y siempre dedicados a beber, a comer y a conversar, cuando no practicaban alguno de sus ejercicios deportivos. Éstos consistían sobre todo en el boxeo, el lanzamiento del disco y la jabalina, la lucha y en otras dos manifestaciones que nosotros creemos, erróneamente, exquisitamente modernas y extranjeras: el polo y el toreo. Naturalmente, las reglas de aquellos juegos eran distintas a las que hoy se usan. Mas, sin duda, entonces, el espectáculo de la lucha entre el toro y el hombre en la arena era altamente estimado: hasta el punto de que los que morían querían llevarse a la tumba alguna escena recuerdo pintada en las vasijas, para continuar divirtiéndose con ellos también en el más allá. Un gran paso adelante respecto a las arcaicas y patriarcales costumbres romanas y de los demás indígenas, era la condición de la mujer, que en los etruscos gozaba de gran libertad, y que, en efecto, viene representada en compañía de los varones, tomando parte en sus diversiones. Parece ser que eran mujeres muy bellas y de costumbres muy libres. En las pinturas aparecen enjoyadas, llenas de afeites y sin demasiadas preocupaciones de pudor. Comen a más no poder, y beben a gollete, tendidas con sus hombres en amplios sofás. O bien tocan la flauta y danzan. Una de ellas, que luego alcanzó gran importancia en Roma, Tanaquila, era una «intelectual» que sabía mucho de matemáticas y de medicina. Lo que quiere decir que, a diferencia de sus colegas latinas condenadas a la más negra ignorancia, iban a la escuela y estudiaban. Los romanos, que eran grandes moralistas, llamaban «toscanas», o sea etruscas, a todas las mujeres de costumbres fáciles. Y en una comedia de Plauto figura una chica acusada de seguir «costumbres toscanas» porque hace de prostituta. La religión, que es siempre la proyección de la moral de un pueblo, estaba centrada en un dios llamado Tinia, que ejercía su poder con el rayo y el trueno. No gobernaba directamente a los hombres sino que confiaba sus órdenes a una especie de gabinete ejecutivo, compuesto de doce grandes dioses, tan grandes que era incluso un sacrilegio pronunciar sus nombres. Abstengámonos de ello, pues, nosotros también, para no confundir la cabeza de quien nos lee. Todos juntos formaban el gran tribunal del más allá, donde los «genios», especie de dependientes o de guardias municipales, conducían las almas de los difuntos, en cuanto habían abandonado sus respectivos cuerpos. Y allí comenzaba un proceso en toda regla. Quien no lograba demostrar haber vivido según los preceptos de los jueces, era condenado al infierno, a menos que los parientes y amigos vivos hiciesen por él muchos rezos y sacrificios para obtener su absolución. Y en este caso quedaba absuelto en el paraíso, para continuar gozando en él de los placeres terrenales a base de bebida, comilonas, sopapos y cancióncillas, cuyas escenas se había hecho esculpir en el sepulcro. Pero del paraíso parece ser que los etruscos hablaban poco y raramente, dejándolo más bien en lo vago. Tal vez iban muy pocos para saber algo preciso de él. De lo que estaban informadísimos era sobre el infierno, del que conocían, uno por uno, todos los tormentos que en él se padecían. Evidentemente, sus sacerdotes creían que, para tener sujeta a la gente, valían más las amenazas de la condenación que las esperanzas de la absolución. Y este modo de ver las cosas se ha perpetuado hasta los tiempos más recientes, hasta los de Dante, que, nacido en Etruria también, manifestó el mismo parecer y se prodigó más acerca del infierno que sobre el paraíso. Con eso no debemos creer que los etruscos fuesen florecillas de gentileza. Mataban con relativa facilidad, aunque fuese con la buena intención de ofrendar en sacrificio la víctima por la salvación de algún amigo o pariente. Sobre todo, los prisioneros de guerra, eran destinados a ese cometido. Trescientos romanos, capturados en una de las muchas batallas que se libraron entre los dos ejércitos, fueron muertos por lapidación en Tarquinia. Y sobre sus hígados todavía palpitantes de vida trataron a la mañana siguiente de determinar los futuros eventos de la guerra. Evidentemente, no lo lograron, que, de lo contrario, la hubiesen interrumpido en seguida. Pero la costumbre era frecuente, aunque en general se servían de visceras de algún animal, oveja o toro, lo que los romanos copiaron. Políticamente, sus dispersas ciudades no consiguieron unirse jamás, y desgraciadamente no hubo ninguna lo bastante poderosa para tener en un puño a las otras, como hizo Roma con las rivales latinas y sabinas. Hubo una federación llamada de Tarquinia, mas no acabó con las tendencias separatistas. Los doce pequeños Estados que formaban parte de ellas, en vez de unirse contra el enemigo común, se dejaron derrotar y anexionarse por Roma uno tras otro. Su diplomacia era como la de ciertas naciones europeas que prefieren morir solas que vivir juntas. Todo ello ha sido reconstruido, a copia de deducciones, con los restos del arte etrusco que se han conservado y que constituyen la sola herencia dejada por aquel pueblo. Se trata especialmente de cerámica y bronces. Entre la cerámica, la hay bellísima, como el Apolo de Veyes, llamado también Apolo caminante,de terracota policroma, que denota en los alfareros etruscos una gran pericia y un gusto refinado. Son casi siempre de imitación griega y, salvo algún raro ejemplar como el «búcaro negro», no nos parecen gran cosa. Pero por muy escasos que sean estos restos, bastan para hacernos comprender cómo los romanos, una vez hubieron oprimido a los etruscos, tras haber seguido un poco su escuela y haber soportado su superioridad sobre todo en el campo técnico y de organización, no sólo destruyeron a este pueblo, sino que procuraron borrar toda huella de su civilización. La consideraban enferma y corruptora. Copiaron todo lo que les acomodó. Mandaron a las escuelas de Veyes y de Tarquinia a sus jóvenes para instruirles sobre todo en medicina e ingeniería. Imitaron la toga. Adoptaron el uso de la moneda. Y tal vez tomaron prestada también la organización política, que, sin embargo, los etruscos tuvieron en común con todos los demás pueblos de la antigüedad y que pasó, también en su caso, de un régimen monárquico a otro republicano, regido por un lucumón, magistrado electivo, y, por fin, a una forma de democracia dominada por las clases ricas. Pero las propias costumbres, basadas en el sacrificio y la disciplina social, Roma quiso preservarlas de la molicie etrusca. Comprendió instintivamente que no bastaba vencer en la guerra al enemigo y ocupar sus tierras, si después se le daba la oportunidad de contaminar la casa del amo, asimilándolo en calidad de esclavo o de preceptor, como solía hacerse en aquellos tiempos con los vencidos. No sólo destruyó al pueblo etrusco, sino que empeñóse en sepultar todos sus documentos y monumentos. Esto sucedió, empero, mucho tiempo después de que se hubiese establecido contacto entre los dos pueblos, que precisamente ya se habían encontrado en Roma cuando vinieron los albalonganos y hallaron, al parecer, instalada ya una pequeña colonia etrusca, que había dado al sitio un nombre de su país. Parece, en efecto, que «Roma» proviene de «Rumón», que en etrusco quiere decir «río». Y si esto es verdad, hay que deducir que la primera población de la Urbe la integraban no solamente latinos y sabinos, pueblos de la misma sangre y del mismo tronco como haría creer la historia del famoso «rapto», sino también etruscos, gente de raza, lengua y religión muy diferentes. Es más: según ciertos historiadores, el propio Rómulo había sido etrusco. De todos modos, etrusco fue ciertamente el rito según el cual se fundó la ciudad, al trazar un surco con un arado arrastrado por un buey y una yegua blancos, después que doce pájaros de buen agüero hubieron revoloteado sobre sus cabezas. Sin querer ponernos a competir con los entendidos que hace siglos vienen discutiendo sobre esos problemas sin lograr ponerse de acuerdo, diremos aquella que nos parece más probable de las dos versiones. Cuando latinos y sabinos llegaron a orillas del Tíber, los etruscos, que tenían la pasión del turismo y del comercio, habían fundado ya en ellas un pequeño poblado, el cual debía servir de estación de maniobras y de abastecimiento para sus líneas de navegaciones hacia el sur. Aquí, y especialmente en Campania, habían establecido ya ricas colonias; Capua, Ñola, Pompeya y Herculano, donde las poblaciones locales que se llamaban sannitas y que eran de origen villanovés a su vez, iban a cambiar sus productos agrícolas con los industriales que llegaban de la Toscana. Era difícil, desde Arezzo o desde Tarquinia, llegar hasta allí por vía terrestre. No había caminos y la región estaba infestada de animales salvajes y de bandidos. Mucho más fácil, visto que eran los únicos que poseían una flota, era para los etruscos ir por mar. Pero el viaje era largo y requería semanas enteras. Las naves, grandes como cascarones de nuez, no podían embarcar muchos víveres para los hombres, y necesitaban de puertos, a lo largo de la ruta, donde proveerse de agua y harina para el resto del trayecto. La desembocadura del Tíber, a mitad del camino, constituía una cómoda bahía para llenar las bodegas vacías, y además, navegable como era en aquellos tiempos, ofrecía asimismo un cómodo medio para remontar hasta el interior y llevar a cabo algún negociejo con los latinos y los sabinos que lo habitaban. La región estaba salpicada no se sabe si de una treintena o una setentena de burgos, cada uno de los cuales constituía un pequeño mercado de intercambio. No es que pudieran hacerse grandes negocios porque el Lacio, en aquellos tiempos, no era rico más que en madera, debido (¿quién lo diría, hoy?) a sus maravillosos bosques. Por lo demás, no producía ni siquiera trigo, sino solamente farro, y un poco de vino y de aceitunas. Mas los etruscos, con tal de hacer dinero, se contentaban con poco, y el vicio les ha quedado. Por esto fundaron Roma, llamándola así o con otros nombres, pero sin dar demasiada importancia a la cosa. ¡A saber cuántas Romas había escalonadas a lo largo de la costa tirrena entre Liorna y Nápoles! Y pusieron en ellas, para cuidarlas, una guarnición de marineros y de mercaderes que tal vez consideraban aquel traslado como un castigo. Debían mantener en orden sobre todo el astillero para la reparación de las naves deterioradas por las tempestades, y los almacenes para abastecerlas. Después, un buen día, empezaron a llegar por grupos los latinos y los sabinos, un poco tal vez porque comenzaban a sentirse estrechos en sus casas, y un poco porque también ellos tenían ganas de comerciar con los etruscos, de cuyos productos estaban necesitados. Que entonces tuviesen ya un plan estratégico o de conquista, primero de Italia y después del Mundo, y que por esto considerasen indispensable la posición de Roma, son fantasías de los historiadores contemporáneos. Aquellos latinos y sabinos eran unos rusticotes de pasta labriega, para los cuales la Geografía se resumía en el huerto doméstico. Es probable que estos nuevos venidos hayan llegado a las manos entre ellos. Mas es también probable que después, en vez de destruirse recíprocamente, se hayan aliado, para hacer frente a los etruscos que debían mirarles un poco como los ingleses miran a los indígenas, en sus colonias. Ante aquella gente forastera que les trataba de arriba abajo y que hablaba un idioma incomprensible para ellos debieron darse cuenta de ser hermanos, familiarizados por la misma sangre, la misma lengua e idéntica miseria. Por esto pusieron en común lo poco que tenían: las mujeres. El famoso rapto no es probablemente más que el signo de este acuerdo, del cual es natural que los etruscos hayan quedado excluidos, pero por propia voluntad. Se sentían superiores y no querían mezclarse con aquella chusma. La división racial continuó lo menos cien años, durante los cuales latinos y sabinos, fusionados ya en el tipo romano, debieron de tragar mucha saliva. Cuando, después de Tarquino el Soberbio, que fue el último rey, pudieron tomar la ventaja, la venganza no conoció cuartel. Y tal vez el ensañamiento que pusieron en destruir la Etruria no sólo como Estado, sino también como civilización, les fue inspirado precisamente por las humillaciones que los etruscos les habían hecho sufrir incluso en su patria. Y quisieron depurarlo todo de ellos, hasta la historia, dando un certificado de nacimiento latino también a Rómulo, que acaso lo tuviera etrusco, y haciendo remontar a la unión con los sabinos, el origen de la ciudad.
Remontándonos al año 1851, fueron apareciendo los primeros diseños de la Bota Chelsea, y no fue hasta los años 70 que se creo el modelo actual transmitiendo todo el estilo único y NEUTRAL que nos caracteriza. Esta versión fabricada en Inglaterra es una replica exacta de los primeros botines Chelsea que les ofrecemos. Las botas de Eco Cuero se apoyan sobre una suela cómoda y resistente a su vez brindando mayor firmeza en cada paso, un clásico desde hace 6 décadas.
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Plaza Universidad, en 1969, y Plaza Satélite, en 1971, fueron los primeros centros comerciales que surgieron, en los extremos de la capital, para descongestionar las actividades comerciales en el primer cuadro de la ciudad.
Tal día como hoy de 1902, se matriculaba el primer automóvil de Madrid, perteneciente al marqués de Bolaños
Cuenta la leyenda que el 24 de abril del año 1124 a.C. (aunque hay autores clásicos que sitúan la efeméride en otras fechas), tras diez largos años de asedio que habían minado su moral y causado enormes bajas entre sus filas, los griegos penetraron en la inexpugnable Troya valiéndose de un enorme caballo de madera que los troyanos, en su inocencia, introdujeron en la ciudad.
Así eran los primeros televisores, los habían de 14, 17, 21 y 24 pulgadas de pan - Nostalgia Cuba
Este gratén de patatas al queso es nuestra versión de los gratenes clásicos de la cocina francesa. La receta es muy sencilla…
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O cómo dar vida a un trozo de piedra. A estas alturas, ya debéis saber que la escultura es otra de mis pasiones. Todos los museos de París, tienen una gran cantidad de obras que merecen su propia entrada. Siempre me ha fascinado ese arte. Poder plasmar en un trozo de piedra un alma, poder darle vida aunque sea a partir de una naturaleza muerta. Poder dejar tus sentimientos en un rostro frío y pétreo. Sé que jamás sería capaz de hacer algo así, pero disfruto del arte que nuestros antepasados nos han dejado para nuestro disfrute. Psyché ranimée par le baiser de l'Amour de Antonio Canova (Louvre) Esta es mi obra favorita y la mires por donde la mires es perfecta. Cuántas horas durante el transcurso de mi vida habré contemplado esta obra y jamás me cansaré de mirarla. El día que hable sobre mitología, os contaré esta preciosa y triste historia, pero por ahora, solo os diré, aunque en la fotografía no se puede ver, que la cara de ella es todo un poema. Para haceros una idea, fijaros en el rostro de Eros, si eso no es amor, es que el amor no existe. Por mi parte, creo que el amor puede salvarnos de cualquier cosa terrible y esta escultura lo resume. ¡Sin palabras! Los primeros funerales de Louis Ernest Barrias – 1878 (Petit Palais) El éxito de esta obra le vino a Barrias por todo lo que los rostros de Adán y Eva cuentan, mientras llevan el cadáver de su hijo Abel. Se dijo de ella que era la más alta manifestación de sentimientos en una escultura. Con esta reconstrucción de la primera irrupción de la muerte en el mundo, Barrias consigue plasmar y dar vida al mármol como pocos antes lo han conseguido. Fijaros en el rostro desencajado de Eva y en la serenidad de Adán, mientras busca las fuerzas en su interior para poder mantener en alto el cuerpo de su hijo sin venirse abajo. ¡Sencillamente genial! Antorcha encargada para la escalera de la Ópera 1873 - Albert Carrier-Belleuse (Orsay) ¿Una antorcha? Muchos de nosotros no podemos concebir la vida sin electricidad, pero con una antorcha así, cualquiera se acostumbraría a la luz del fuego. Esto es sólo un molde, pues las antorchas del palacio Garnier, la antigua ópera de París, son de bronce, pero ya aquí, se puede ver la delicadeza de sus manos, sus poses de ninfas, suaves, casi etéreas, como si pudieran emprender el vuelo en cualquier momento. Sus rostros perfectos y sus curvas dibujadas como la moda de aquel tiempo. ¡Maravilloso! Psyché perdi l'amour de Augustin Pajou (Louvre) De nuevo Psyché. No sé que tendrá este personaje que me gusta tanto. Será el sentimiento que me transmite, será la pureza de sus curvas o todo lo que siento cuando miro su rostro apenado. Cuando la obra fue expuesta en 1785, la desnudez y la realidad de su rostro afligido hizo que el publico exigiera su retirada, teniendo que exponerla el autor en su taller privado. A veces la masa no está preparada para enfrentarse a según que emociones. Yo en cambio disfruto con los sentimientos puros, sean alegres o tristes, pues no dejan de hacernos sentir que estamos vivos. Aurore de Denys Puech - 1900 (Petit Palais) Esta obra tan limpia, neta, cálida, traviesa, me hace mostrar una sonrisa en mi cara cada vez que la veo. Su rostro escondido baja la mata de pelo y como se lo levanta como diciendo, ¡Eh, he llegado! ¡Despierta un nuevo día! Me fascina. Parece como si te dijera que abras los ojos y que todo puede ocurrir. Con esa sonrisa maliciosa que te transmite picardía y dulzura. Creo que a veces deberíamos levantarnos con esa expresión y hacer que nuestro día a día fuera algo mas pícaro y travieso. Cornélie, mère des Gracques de Jules Cavelier - 1855 (Orsay) Es una pena que no podáis ver esta obra con toda claridad, pero os puedo decir que la pureza de sus líneas no te deja frío cuando la ves. Si algo me transmite esta obra es protección. Mirad con que seguridad se coge el pequeño a la mano de su madre sabiendo que nada le va a pasar y como ella, posa su otra mano sobre el hombro del hijo mayor transmitiéndole seguridad y firmeza. Confianza. Sentimientos que cada vez se van perdiendo más en nuestra loca sociedad. Jeune Baigneur jouant avec son chien du Dantan Aîné (Louvre) Con tantas estatuas que hay en el Louvre, puede ocurrir, que a veces pases de largo de algunas que, en posiciones algo ocultas, te muestran escenas del día a día, transmitiéndote lo que en esa época podían sentir sus protagonistas. Con que cariño mira a su perro el chico mostrándole un pato, (espero que de juguete, aunque tiene toda la pinta de que no), para poder jugar con él. Las finas líneas de esta obra, la delicadeza de los músculos del muchacho, hace que se quiera acariciar la estatua, aunque no os lo recomiendo, pues la seguridad del Louvre es muy férrea. Les trois Graces de James Pradier 1825 (Louvre) La obra clásica por excelencia. Las tres mujeres más retratadas, pintadas, esculpidas, copiadas, fotografiadas del mundo. Si jamás habéis estado delante de ellas, no podéis saber lo que se siente. Si bien, la historia que cuentan es muy bonita, lo mejor es ver sus expresiones, sus curvas, su delicadeza y la poca importancia que le dan ellas mismas a su desnudez que es contemplada por millones de personas al año. Siempre he pensado que si tuviera que elegir a una de las tres, elegiría a Eufrósine, que es la musa del medio y que corresponde a la alegría, el júbilo y el placer con la que se hace el trabajo. Victoria de Samotracia. Encontrada en el Santuario de Cabiros. Data del 190 a.c Aunque está en un lugar privilegiado, en el centro de las escalinatas principales, si la gente no se arremolinara junto a esta obra de casi dos metros y medio, muchos pasarían por su lado sin parar a mirarla, a pesar que es una de las obras más antiguas que posee el museo. Esta figura femenina con alas, que representa la Victoria, se posa sobre la proa de un navío, envuelta en un fino manto que se adhiere a su cuerpo dejando traslucir su anatomía. Las gasas, forman un rollo sobre el muslo derecho para caer luego entre las piernas, organizándose en distintas direcciones, mostrando como la figura se enfrenta a un verdadero remolino ascendente que quiere atraparla. Asombraos de la longitud de las alas y de cómo se disponen las plumas, también sometidas a la dirección del viento. Disfrutad de las curvas y de la delicada sensación de movimiento e inestabilidad que transmite esta obra que domina como buena Victoria a las fuerzas naturales del mar y el viento, (lo siento, debéis estar allí, para ver todo lo descrito). Por cierto, mirar su ala, y ahora recordar el símbolo de una marca muy famosa de zapatillas de deporte. ¡No es casualidad! Dicen los rumores, que los diseñadores del logo, se inspiraron en esta obra, por su alegoría a la rapidez y al aguante del embite del mar. ¡Slow life! Buen fin de semana y muchos, muchos besos.
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