Poseídos por Karina sacamos del baúl de los recuerdos los limones rellenos, un postre injustamente relegado a los lineales de congelados más inmundos. Es fácil, rico y resultón a su manera.
Esta receta la tenía en el baúl de los recuerdos. Casi 6 meses desde que la preparé y hoy os la traigo. El Bull es un la tripa del atún que como os he explicado en otras elaboraciones, es típica en algunos pueblos de Valencia y Alicante. Se trata de una parte que del atún que se conserva en salazón y tiene un sabor muy intenso no siendo del gusto de todo el mundo. A mí particularmente me gusta, tan por su sabor, como por su historia. Una vez cocinado su sabor no es tan intenso pero al igual que se hace con la paella de fetge de bou, la he querido acompañar con una verdura de hoja verde. En este caso unas acelgas que ahora están fantásticas para preparar un maravilloso arroz. Sin duda es un arroz diferente y que tendrá sus defensores y sus detractores, pero como todo en la vida, quien no arriesga no consigue lo que se propone y yo soy de los que miran hacia delante con sus ideas y con sus creencias sin importar lo que pueda opinar de mí el resto de la humanidad. Ingredientes para 4 personas: 400 gr. de arroz tipo bahía 250 gr. de bull 1 manojo de acelgas 2 tomates pelados y troceado 1 cebolla pequeña Sal (opcional) Colorante o azafrán AOVE Agua Sé que no es fácil encontrar bull por la zona de Valencia, pero para mí es uno de los productos que más simbolizan la gastronomía de los pueblos de las comarcas de la Marina alicantina. Elaborado desde hace siglos y venerado por nuestros antepasados, es momento de recuperar su importancia dentro de nuestra cocina. El bull hay que ponerlo a remojo para quitarle el exceso de sal . El tiempo rondará desde las 8 hasta las 12 horas. Más tiempo hará que su sabor difumine y que prácticamente se deshaga. Elegimos unos buenos tomates y una buena cebolla con la que previamente a elaborar el arroz, cocinaremos esta parte del atún. Cortamos el bull en trozos una vez haya pasado el tiempo de remojo. En una olla sofreímos con AOVE el bull hasta que suelte todo el agua. Seguidamente agregamos la cebolla cortada en ciselé y los tomates en concasé. Añadimos agua y dejamos cocinar unos 45-50 minutos. Tiene que tener suficiente cantidad de agua para obtener un caldo que luego nos sirva para terminar el arroz. Finalizado el tiempo, dejamos reposar. Elegimos unas acelgas buenas. Ahora podemos encontrar las más pequeñas llamadas de "maleta" que le aportan un sabor delicado a nuestras elaboraciones o unas acelgas grandes de las que usaremos todo. Separamos las hojas de las acelgas del tallo. Cortamos en trozos pequeños lo que en Valencia denominamos "pencas". En la paella agregamos el arroz y 75 ml. de AOVE. Pochamos las pencas troceadas. Una vez pochadas, añadimos las hojas de las acelgas cortadas en chiffonade. Dejamos que suelten todo el agua. Seguidamente, agregamos el arroz y sofreímos 2 o 3 minutos a fuego moderado. A continuación agregamos el guiso de bull con la cebolla y el tomate. Removemos bien con el arroz. Seguidamente añadimos el caldo de la cocción del bull y cocinamos como siempre 15-16. Los primeros 6-7 minutos a fuego fuerte y el resto del tiempo a fuego moderado suave. Si lo deseamos, añadimos colorante o azafrán a la cocción y rectificamos de sal. Transcurrido el tiempo, ya tenemos un arroz diferente. Un arroz que me recuerda al pueblo donde suelo veranear y el lugar donde desde pequeño he amado a la mar. Como os he dicho antes, es un arroz seguramente no apto para todo el mundo, porque es especial, muy especial sería yo, pero que debéis probar porque es parte de nuestra cultura culinaria y de nuestra cultura como pueblo y estas cosas, amigos, no podemos olvidarlas. Ah, este arroz ha surgido de mi cabecita. A veces inquieta pero que siempre suma para que todos disfrutemos de la gastronomía. Bon Profit!
La Herejía – Romain Sardou. Romain Sardou Las artes siempre han formado parte de la vida de Sardou. Hijo de un famoso cantante, proviene de una larga línea de artistas de todos los campos y géneros. Con este pasado, no es de extrañar que siguiera la tradición familiar. Inició con un amor por la ópera, lo que lo llevó (al tener la edad) a intentar escribir obras de teatro. Sin conseguir el éxito que buscaba, se mudó a Estados Unidos y pasó dos años escribiendo guiones para niños. Luego regresó al país que lo vio nacer (Francia), se casó y escribió su primer libro. Éxito. A la fecha, autor de más de doce obras traducidas a varios idiomas. Sin embargo, en esta reseña me enfoco en el libro que empezó todo. La Herejía (traducción algo antojadiza, pues el nombre original en francés es Pardonnez nos offenses. Algo así como “Perdona nuestras culpas”). Idea básica: Invierno de 1284. Los habitantes de Draguan, una pequeña población del condado de Toulouse, viven aterrorizados desde que el río arrastró hasta ellos unos cuerpos descuartizados. El obispo Haquin envía a unos hombres aguas arriba para investigar el crimen y estos vuelven con una extraña noticia: en mitad de unos nauseabundos pantanos han descubierto un pueblo en ruinas, Harteloup. Nadie sabe qué les ocurrió a sus habitantes. El descubrimiento despierta el interés de Roma hasta que un nuevo asesinato, esta vez sacrílego, reclama su atención: ahora es el obispo Haquin el que aparece muerto en extrañas circunstancias. Dos investigaciones han quedado abiertas: la del monje Chuquet, a la caza del asesino del obispo, y la del cura Henno Gui, sobre las circunstancias que convirtieron Harteloup en un pueblo maldito. Ambas son dos cabos de un mismo ovillo que acabarán desvelando una serie de tenebrosas maquinaciones en el seno de altas esferas eclesiales. Opinión: Leí este libro hace algún tiempo, pero no podía dejarlo por fuera de mis reseñas. Reúne algunos de mis tópicos favoritos. Misterio (rayando en lo macabro), suspenso, historia medieval y un desenlace inesperado (en la mejor tradición de la novela negra). Una mezcla de “El nombre de la Rosa” y “Los Ríos de Color Púrpura” (en cuanto a ritmo y manejo de los personajes). Una excelente combinación que no pueden pasar por alto. El principio es muy bueno y sienta el escenario para que sigan leyendo. Aquí pierde las cinco estrellas, pues se torna algo lento después. Acepto que es un mal necesario en este tipo de historias, pues hay muchas explicaciones que dar y eso puede llevar a una pérdida de la musicalidad de la trama. El autor lo sobrellevó bien, pero un lector poco motivado podría llegar a este punto y perderse. Eso genera por lo habitual que lo abandone, lo cual es una gran pérdida en este caso. Los personajes están bien desarrollados, pero se resumen en dos. Haquin y Hennno Gui (mi favorito). Sus historias, aunque separadas en un principio, los llevaran por senderos insospechados que se estrellarán en un desenlace lleno de sangre y destrucción. Desde ya les advierto que no lo vendrán venir y eso SIEMPRE es un detalle a esperar en una novela de intriga. Los elementos (las piezas) no están fuera de tono y encajan a la perfección. Nada que reprochar en ese plano. Conclusión: Si les gustan los libros de temática medieval con un elemento central de misterio (El Nombre de la Rosa es mención obligada, pero puedo mencionar muchos otros. A mi mente siempre viene El Gallo Negro… que ahora recuerdo no he reseñado. Un libro más para mencionar en el futuro), no pueden dejar de leer “La Herejía”. Si sienten que una parte se torna algo lento, no se detengan. Es como el dolor después de golpearse el dedito pequeño contra una mesa. Pasará. El premio (el desenlace) lo vale
El cerebro humano es un órgano complejo que aún no es comprendido plenamente por la ciencia. ¿Es una fuente de recuerdos? ¿Un baúl de recuerdos? ¿Un gran procesador? Te damos algunos datos que probablemente no conoces sobre su funcionamiento!
Aarón Díaz reveló los motivos que lo llevaron a rechazar un papel en Rebelde
Un leve toque de curiosidad, liviano como una pluma, fue suficiente para que anoche tropezara casi sin querer con algunos recuerdos de hace varios años. La primera impresión de que tal vez fueran las vivencias de otra persona, sólo consiguió ayudar a que mi sorpresa fuera en aumento. Ya que me había dado de bruces con ese souvenir de pequeñas cosas, me dispuse a desempolvar (en todos los sentidos de la palabra) su contenido, mientras recuperaba al mismo tiempo el encanto de aquellos olvidados momentos. Me dejé transportar por la brisa del tiempo y reviví aquel pasado que muy pocas veces recuerdo; exhalé algunos suspiros, dibujé tiernas sonrisas, alguna que otra risa y carcajada escapó de mi alma y unas cuantas lágrimas también acudieron a mis ojos... volé igual que aquel primer día que descubrí que tenía alas, acaricié un par de estrellas con la yema de los dedos y me sumergí en todo el embrujo y la magia impregnada en esos bellos recuerdos tan únicos y especiales que ya daba por perdidos. Tal vez para muchos mi pequeña colección de vivencias pueda ser una montaña de nada o sólo vacío , pero para mí tienen un significado importante. Quizás por eso nunca me deshice del todo de ellos... quizás por eso han sobrevivido tanto tiempo. Porque estoy convencido de que ellos mismos también saben que cuando realmente los necesite, habrá un mágico poder invisible que me pondrá de nuevo en su camino, como un maravilloso recordatorio de que es importante vivir, amar, soñar y renovarse... aún con recuerdos antiguos. Juanma - 27 - Mayo - 2012